martes, 16 de noviembre de 2010

Rodolfo Kusch, un viajero andino

Rodolfo Kush fue un antropólogo y filósofo argentino de mediados del siglo pasado. Obsesionado con la búsqueda de lo totalmente distinto, del "otro", que lo llaman los filósofos. Fue también un viajero de sí mismo.

Mi Rodolfo Kush es el del viaje al Norte. Un viaje que es como aquel al Sur que describía Borges en su cuento "El Sur". Se trata de un viaje al afuera de todo, al encuentro del otro, ese en el que se sale de uno mismo para encontrar ya sea la muerte, como en el caso del personaje de Borges, o al otro dentro de sí mismo como busca Kusch.

Él parte de la Buenos Aires del 58. Según parece, entonces ésta era una ciudad ejemplo de desarrollo; pero mientras todas las miradas se dirigían a este centro político-económico él se va a la periferia: dirección Jujuy, Bolivia… la puna. Hasta el momento él había sido estudiante de Filosofía, espectador de la llegada de trabajadores de las provincias a la próspera ciudad porteña, profesor de instituto, autor teatral, dos matrimonios, dos hijos, y de pronto, la necesidad de un viaje. A su mujer le dice que busca reecontrarse con la madre naturaleza.

Pero ¿qué encuentra Kush? De allí vuelve con una fortísima experiencia de la que extrae una importante obra. En uno de sus libros “América Profunda” introduce un concepto, sentido en sus propias carnes: la idea de que esos hombres que él conoce desde Salta a Perú manejan una relación distinta con la existencia: ellos no “son”, sino que “están”. Esta idea establece directamente diálogo con otros autores de filosofía, se opone a corrientes europeas, esta idea no es azarosa sino que quiere entrar en el debate (vigente aun) sobre la unidad latinoamericana.

El “estar” que el encuentra resulta ofensivo, difícilmente comprensible para un occidental que ha perdido toda conexión con la naturaleza. Se opone radicalmente al sentir de quien quiere “ser alguien”, medrar, prosperar, hacer uso del espacio para llegar a algún lugar; se presenta en cambio como una actitud de espera dentro de una relación con los otros marcada por el “amparo”.

Estos conceptos que introduce, tienen una representación cosmogónica, están presentes en los signos del dios Viracocha; marcan una relación social y natural de igual manera que nuestra herencia religiosa marca una relación con el trabajo a través de la culpa. Él le da muchas vueltas a estos conceptos en su viaje: ¿quiénes son esos hombres que me miran mal por ser gringo?, pero también: ¿quien soy yo que he ocultado mi naturaleza bajo estas ropas, perfumes y gestos?

Su viaje me recuerda en mucho a algunos episodios de los que habla Atahualpa Yupanqui, otro viajero imparable. En concreto, me hace pensar en aquel en el que cuenta que cabalgaba por Amaicha del Valle, y una baguala que le escuchó a un paisano de allá le hizo pensar en cómo la belleza no es mérito del canto, sino de la tierra. Más allá del sentir nacional de Atahualpa, esa unión con la tierra es la que veo que ansía el porteño Rodofo Kush.

Quien quiera darle vueltas a los textos de Kush, hay mucho para buscar, pero a pesar del reconocimiento que se le tiene por Argentina no hay demasiado de él colgado en la red. No obstante he encontrado “Geocultura del hombre americano” que se puede descargar aquí.

En cuanto al tema de Atahualpa Yupanqui, está en varios discos y aunque no consigo encontrar el que yo tengo éste puede ser bueno.

1 comentario:

  1. No me resistí, encontré el texto de Yupanqui, aquí lo copio:

    Hace mucho tiempo en una montaña tucumana, un campesino de Amaicha me dio una lección inolvidable. Estaba el hombre a 20 metros míos a caballo adelantado al camino y tarareaba despacio un aire de baguala. Yo acerqué mi caballo al suyo y él calló, dejó de cantar. Le pedí que cantara y cometí el error de alabarlo: “cante señor”, le dije, “siga cantando que está cantando lindo”, y el hombre me miró sonriendo y me dice: “por favor no se chancee, no se burle de mí señor, yo canto fiero pero lo lindo de mi canto lo pone el cerro, lo pone la montaña. Ahora yo, yo canto feo señor, lo bello lo pone la montaña”. Hermosa lección me dio, inolvidable lección, ese paisano de Amaicha, de Amaicha del Valle, más allá de Tafí del Valle.

    Los que andamos por el mundo entablados en escenarios, en bibliotecas, en la soledades de este planeta tan lleno de atracciones y misterios, encantos y desencantos, tenemos que cantar sólo poniendo el recuerdo, el cariño del amor a la patria, el recuerdo al terruño, a la patria chica, a lo que uno ama desde niño, a la raíz que pretende nunca olvidarla, nunca desarraigarse de su tierra, es lo único que nos puede defender. No tenemos como ese paisano de Amaicha, ese desconocido señor de a caballo pleno de soledad, de cobre en su rostro y de bello canto embellecido por la montaña. No tenemos montaña que nos proteja y nos haga encantador el canto nuestro, el agreste sencillo y rústico canto de los que andamos por el mundo con un desamparo que sólo el buen recuerdo alcanza a consolar.

    abrazos a todos!

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